Wednesday 26 December 2012

POST LXXIV - ¡Feliz Navidad! II

Una vez hubo recobrado la compostura, Claudia preguntó:

—¿El piano es de madera de bocato?

—No —dijo Eduardo conteniendo la risa—. ¿Quieres tocarlo? —indagó leyendo su rostro travieso.

Mientras Eduardo acomodaba a la niña en su regazo y le iba susurrando las teclas, Laura junto ambas manos como si fuera a rezar y comentó:

—Cristina está tardando demasiado, creo que será mejor que vaya a buscarla y me asegure que todo está bien.

Marcos, que estaba hipnotizado viendo a Claudia como seguía con la mirada las palabras de su maestro, las teclas y sus propios dedos, se limitó a asentir.

—Vuelvo en unos minutos —dijo al ponerse de pie—, seguramente se trate de algún «problema de chicas».

—Vale —respondió Marcos y le otorgó una fugaz mirada.

El reloj antiguo continuó marcando uno a uno los minutos, sin que los presentes oyeran a su incansable saetilla o tuvieran noción de él. Las notas sonaban distanciadas y desentonadas, lo cual no era suficiente para borrar las sonrisas de los labios de Marcos, Eduardo y la niña.

—¿Ahora? —preguntó Claudia mirando hacia arriba a Eduardo, como si contemplara un tótem.

—¡Muéstrale a tu padre!

Una nota aguda sonó de repente, seguida por otra y otra. De a poco, la melodía fue tomando forma y Marcos la reconoció incrédulo.

—Va a ser una pianista —acotó Eduardo mirando a Marcos mientras Claudia tocaba —de forma fluida— la canción de cuna de Johannes Brahms.

Marcos no sabía si las palabras de Eduardo eran una broma o una especie de premonición, pero se encontró entonces divagando sobre el futuro de Claudia. Se la imaginó como una mujer, con un elegante vestido negro saludando a un ávido público, para luego sentarse frente a su piano y transportar a todos los presentes a su mundo de melodías; él, por supuesto, se encontraba en la primera fila inflando el pecho.

«…Madrid… shshsh…evacuación… shshshh»

Un sonido entrecortado y difuso irrumpió de repente y se hizo eco en algún lugar de la cocina. La última nota del piano aún resonaba en el salón cuando Marcos habló.

—¿Qué ha sido eso?

—Ha sonado como mi radio —dijo Eduardo mirando de la cocina a Marcos—, pero es imposible. La tenía guardada y apagada en la alacena.

—¿No es un juguete? —preguntó Claudia jugando con sus dedos.

—¿La has encendido tú?

—Sí —dijo sin quitar la vista de sus manos.

«shshshh…evac…ción…… shshshh…drid…Aero…itar…Tor…ón… shshshh»

Una vez más la voz feble, entrecortada por la estática se tornó audible. Eduardo bajó a la niña y corrió a la cocina, recogió la radio del suelo, giró la ruedecilla del volumen hacia arriba y la estática se apoderó de la casa.

«shshshh…eva…ón…drid…»

Con la radio tambaleante en sus manos, Eduardo giró la otra ruedecilla:

«…to…mil…ej…shshshh…Operación Éxodo: evacuación de Madrid. A todos los civiles que aún continúen con vida: el ejército dispondrá cinco aviones de transporte el día 25 de diciembre de 2012 a las 19:30 horas, en el Aeropuerto Militar de Torrejón…shshshh…Operación Éxodo…»

Las escuetas palabras se repetían en un bucle esperanzador dejando a los presentes atónitos, sintiendo un ardor en sus pechos. Marcos estaba a punto de interrumpir la grabación por primera vez, después de unos cuantos minutos, cuando un sonido proveniente de fuera apagó, como si fuera un soplo de aire helado, su excitación. El sonido era inconfundible, idéntico al que les había acompañado cuando un ejército de cadáveres les había estado acechando desde la alambrada días antes. El gemido en masas de la horda envolvió la urbanización, al mismo tiempo que sus pasos llegaban a los oídos de Rambo y éste comenzaba a gruñir.

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