Una vez hubo recobrado la
compostura, Claudia preguntó:
—¿El piano es de madera de bocato?
—No —dijo Eduardo conteniendo la
risa—. ¿Quieres tocarlo? —indagó leyendo su rostro travieso.
Mientras Eduardo acomodaba a la
niña en su regazo y le iba susurrando las teclas, Laura junto ambas
manos como si fuera a rezar y comentó:
—Cristina está tardando demasiado,
creo que será mejor que vaya a buscarla y me asegure que todo está bien.
Marcos, que estaba hipnotizado
viendo a Claudia como seguía con la mirada las palabras de su maestro, las
teclas y sus propios dedos, se limitó a asentir.
—Vuelvo en unos minutos —dijo al
ponerse de pie—, seguramente se trate de algún «problema de chicas».
—Vale —respondió Marcos y le otorgó
una fugaz mirada.
El reloj antiguo continuó marcando
uno a uno los minutos, sin que los presentes oyeran a su incansable saetilla o
tuvieran noción de él. Las notas sonaban distanciadas y desentonadas, lo cual
no era suficiente para borrar las sonrisas de los labios de Marcos, Eduardo y
la niña.
—¿Ahora? —preguntó Claudia mirando
hacia arriba a Eduardo, como si contemplara un tótem.
—¡Muéstrale a tu padre!
Una nota aguda sonó de repente,
seguida por otra y otra. De a poco, la melodía fue tomando forma y Marcos la
reconoció incrédulo.
—Va a ser una pianista —acotó
Eduardo mirando a Marcos mientras Claudia tocaba —de forma fluida— la canción
de cuna de Johannes Brahms.
Marcos no sabía si las palabras de
Eduardo eran una broma o una especie de premonición, pero se encontró entonces
divagando sobre el futuro de Claudia. Se la imaginó como una mujer, con un
elegante vestido negro saludando a un ávido público, para luego sentarse frente
a su piano y transportar a todos los presentes a su mundo de melodías; él, por
supuesto, se encontraba en la primera fila inflando el pecho.
«…Madrid… shshsh…evacuación…
shshshh»
Un sonido entrecortado y difuso irrumpió
de repente y se hizo eco en algún lugar de la cocina. La última nota del piano
aún resonaba en el salón cuando Marcos habló.
—¿Qué ha sido eso?
—Ha sonado como mi radio —dijo
Eduardo mirando de la cocina a Marcos—, pero es imposible. La tenía guardada y
apagada en la alacena.
—¿No es un juguete? —preguntó
Claudia jugando con sus dedos.
—¿La has encendido tú?
—Sí —dijo sin quitar la vista de
sus manos.
«shshshh…evac…ción……
shshshh…drid…Aero…itar…Tor…ón… shshshh»
Una vez más la voz feble,
entrecortada por la estática se tornó audible. Eduardo bajó a la niña y corrió
a la cocina, recogió la radio del suelo, giró la ruedecilla del volumen hacia
arriba y la estática se apoderó de la casa.
«shshshh…eva…ón…drid…»
Con la radio tambaleante en sus
manos, Eduardo giró la otra ruedecilla:
«…to…mil…ej…shshshh…Operación
Éxodo: evacuación de Madrid. A todos los civiles que aún continúen con vida: el
ejército dispondrá cinco aviones de transporte el día 25 de diciembre de 2012 a
las 19:30 horas, en el Aeropuerto Militar de Torrejón…shshshh…Operación Éxodo…»
Las escuetas palabras se repetían
en un bucle esperanzador dejando a los presentes atónitos, sintiendo un ardor
en sus pechos. Marcos estaba a punto de interrumpir la
grabación por primera vez, después de unos cuantos minutos, cuando un sonido
proveniente de fuera apagó, como si fuera un soplo de aire helado, su
excitación. El sonido era inconfundible, idéntico al que les había acompañado
cuando un ejército de cadáveres les había estado acechando desde la alambrada
días antes. El gemido en masas de la horda envolvió la urbanización, al mismo
tiempo que sus pasos llegaban a los oídos de Rambo y éste comenzaba a gruñir.
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