Saturday 6 October 2012

POST LX - Os tengo un regalo


Los ojos de Eduardo siguieron al cuerpo de Mario siendo derribado por el perro, lo que reveló a un postrado Marcos con la almohada en su cara. Laura corrió hacia el joven, lanzó la almohada al suelo y comenzó a sacudir su cuerpo inerte. Eduardo cubrió la distancia entre la puerta y la habitación como un rayo, mientras que Rambo continuaba mordiendo a Mario y éste luchaba por librarse. 

-¡Ayúdame a bajarle al suelo! -la voz de Eduardo era grave y firme.

Posaron a Marcos al costado de la cama y Eduardo le otorgó una mirada a Laura, quien se apartó al instante. Como si estuviera tocando porcelana, Eduardo levantó levemente la cabeza de Marcos desde su nuca; su piel sudada le quemaba las manos. Acercó su mejilla al rostro del joven… nada. Con igual delicadeza le abrió la boca y comenzó a presionar con ambas manos en su esternón. 

-Y uno, y dos y tres… y treinta -llevaba sus dedos a la nariz de Marcos, dos insuflaciones y continuaba-. Y uno, y dos…

Laura estaba de rodillas, su cara poblada de lágrimas. Sus manos a los costados temblaban sin cesar. Le costaba respirar y sentía una presión insufrible en la cabeza. Arrodillado a un lado de Marcos, Eduardo continuaba con la resucitación cardiopulmonar. Sus brazos se hundían en el pecho del joven una y otra vez. El sudor comenzaba a rodar por su cara y caer en la camiseta de Marcos. 

Nadie se percató del movimiento en la puerta. Como una estatua, Cristina intentaba procesar lo que sus ojos le comunicaban. Deben haber pasado unos segundos hasta que reaccionó; la adrenalina hizo su trabajo y Cristina se puso manos a la obra.

-Eduardo -dijo arrodillándose a su lado- ¿Eduardo? -repitió al darse cuenta que el hombre no se percataba de su presencia-. Tú continúa con el masaje cardíaco, yo me encargo de las insuflaciones.

-…y treinta -Eduardo descansaba y Cristina llevaba su labios a los de Marcos, exhalaba por un segundo (inflando el pecho de Marcos) dos veces y Eduardo reanudaba su trabajo. 

A los diez minutos de RCP, algo ocurrió… un sonido… 

-¿Qué fue eso? -preguntó Cristina.

Laura aguzó el oído antes de contestar.

-Un -balbuceó- infectado -dijo sin siquiera creérselo.

-¿Qué has dicho? -increpó Cristina, mientras Eduardo continuaba con su desesperada cuenta, totalmente absorto. 

Estaba a punto de repetir la pregunta, cuando lo escuchó. Aquellos gemidos eran inconfundibles. 

-Está subiendo por las escaleras -suspiró Cristina.

Los pasos retumbaban y sus gritos de agonía se empezaban a colar por cada rincón de la habitación. Pero había más pasos, alguien se movía más rápido que el condenado y se dirigía hacia ellos. Fue Laura quien reparó primero en la ausencia de Mario y Rambo.

-¡Os tengo un regalo! -la voz del atacante ausente subiendo las escaleras despertó a Eduardo de su trance.

-¡Laura, la niña! -la mujer no se inmutó-. ¡Laura, ve a por la niña y enciérrate en el piso de arriba! ¡Ahora!

La mujer se tambaleó un tanto al intentar ponerse de pie, se estabilizó y salió corriendo del piso de Eduardo. Cristina le miró a los ojos, buscando alguna solución en ellos.

-Cierra todas las puertas de la casa y vuelve lo más pronto que puedas. Y veinte, y veintiuno…

-No pensabais que me había olvidado de nuestros amigos, ¿verdad? -la voz de Mario ascendía con cada escalón. 

En su afán por cerrar las puertas lo más pronto posible, Cristina iba de habitación en habitación dando portazos. 

-Me lo habéis puesto más fácil -gritó Mario y sus pasos se extinguieron; ahora sólo se oía al infectado dirigiéndose hacia los sonidos que, sin querer, Cristina había provocado. 

La joven cruzó el umbral de la habitación y dio otro portazo. 

-¡Ahora! -exclamó Eduardo y Cristina se encargó de las insuflaciones, aunque ella misma sentía la falta de aire en sus pulmones.

Cuando Eduardo se disponía a reanudar el masaje cardiaco, aún con la mirada en sus propias manos, protestó:

-¡Ya está, coño. Deja de darle aire!

-¿Qué? -preguntó Cristina con ojos lacrimosos.

-Su pecho… se ha movido -Eduardo se tropezaba con las palabras.

Entonces, el esternón de Marcos se elevó. Dentro, sus vasos sanguíneos comenzaron a impulsar la sangre velozmente a las diferentes extremidades de su cuerpo. Su pecho subía y bajaba, primero forzosamente, y luego de forma acelerada. Como un tornado nacido en medio de un campo, una corriente de oxigeno golpeó su cerebro y su corazón. Sus manos se echaron hacia arriba, al mismo tiempo que aspiraba con afán y abría los ojos una vez más.

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