Se me ocurrió preguntarle qué estaba haciendo, pero mi mente ya no estaba en control. La abracé
fuerte contra mi cuerpo mientras nos besábamos; su perfume -un olor que me recordaba a fresas- me intoxicaba y no podía dejar de recorrer su espalda con mis manos.
Ella parecía buscar algún tesoro en mi nuca con sus delicados dedos. Me quité
mi chaqueta verde y la coloqué en el suelo, mientras cada átomo de mi cuerpo me
pedía desesperadamente que volviese a ella.
-Qué caballero -dijo y creí oír
a María.
La levanté en mis brazos y
mientras besaba su cuello, la posé sobre la chaqueta. Aún con los ojos
llorosos, buscó con sus manos los botones de mi pantalón, al mismo tiempo que
yo buscaba los de ella.
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