Con
ojos como dos lunas y la boca como un tiburón, el pequeño infectado intentaba
llegar a mí. Supongo que era un plato más suculento que Rambo, ya que la mujer
comenzó a ceder. Aún sentada, el niño la arrastraba de a poco detrás de sí. El
perro retomó sus ladridos y yo me dispuse a lidiar con mi atacante. Dejé que se
acercara, hasta estar a unos dos metros. Luego, aprovechando su limitada
movilidad, le propicié una patada violenta en la cabeza. La criatura calló al
suelo, pero su madre aún le tenía cogido por la mano. Puse mi zapatilla de
baloncesto sobre su boca mientras él se retorcía, y le clavé el cuchillo en la frente, asegurándome de
llegar al cerebro. Mi María me enseñó cómo despacharlos.
El niño dejo de moverse y se unió a su madre,
dondequiera que estuviera la pobre.
-¡Shh, Rambo! Ya ha pasado todo.
Limpie la sangre del cuchillo en la ropa del pequeño y
me acerqué al husky siberiano, que no paraba de ladrar. Sin embargo su postura
no era agresiva… parecía querer comunicarse. Me arrodillé frente a él y, con el
arma en la mano, me dispuse a sacrificarlo. Fue entonces cuando me lamió la
cara una, dos, tres veces. Lo miré frunciendo el entrecejo, mientras él
devolvía mi mirada y giraba su cabeza hacia un lado. Un ladrido y otra lamida
de cara fue todo lo que hizo falta para que Rambo se convirtiera en mi nuevo
compañero de piso.
Mientras escribo esto, el cabrón está mordiendo el
mando del DVD. Creo que ha entendido que lo de ladrar no es parte del acuerdo.
¡Qué gilipollas! Ahora se tira él mismo el mando, para luego ir a buscarlo.
Joder, necesitaba esto… sonreír. Honestamente no recuerdo cuándo fue la última vez que lo
había hecho.
buen post
ReplyDelete