Pensé en hablar, en elevar la voz y preguntar si había
alguien allí. Desde que mis vecinos de la sexta planta se marcharon, no he
sabido más de nadie. Sí he visto a gente entrando y saliendo del edificio desde
mi ventana, pero también he oído gritos, golpes… mi silencio aislador/protector
sólo ha sido interrumpido por aquellos incidentes que ocurrieron con María.
Silencio, la palabra me recordó mi regla más
importante: actuar sigilosamente. Cada paso que daba me parecía una explosión
de sonido. Cada sombra dibujada por el haz de luz de mi linterna, era uno de
ellos. Llegué al descansillo y miré al exterior por la pequeña ventana, todo
estaba oscuro. “Menos mal” pensé, el mismo escenario de día podría haber
hecho que me encerrase en casa para siempre.
Derecha,
izquierda, derecha, izquierda… con paciencia digna de un ajedrecista llegué al
quinto. La puerta que conectaba con los tres pisos estaba cerrada. Al igual que
había hecho con la anterior, posé mi mano y, esta vez, una oreja para tratar de
captar algún sonido, algún movimiento. Nada, si todavía sigue habiendo gente allí, son
igual de sigilosos que yo. Estaba aún pegado contra la puerta, cuando me di
cuenta que no había alumbrado escaleras abajo, asegurándome que nada pudiese
sorprenderme durante mi pequeña exploración… “Peligro” fue el mensaje que envió
mi cuerpo, segundos antes de que sintiera una presencia a mis espaldas.
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